sábado, 1 de noviembre de 2008

la experiencia del CIM

Quizás a algunos no les interese esta experiencia y los que pueda llega a contarles yo desde mi lugar, es muy distinto a lo que vivi-
Hace algunas semanas atrás, fui a uno de los Centros Municipales que el mismo Poder Ejecutivo de nuestra ciudad de Carlos Paz, por puro azar elegí visitar solo dos de los cinco CIM. El presupuesto del 2008 tiene destinados para estas cinco guarderías un total de 150 mil pesos, lo cual significa que a cada uno de ellos le correspondería una importante cantidad.
¿Tantas cosas podrían comprarse con este dinero no? Cuando uno no ve ni conoce las cosas que ocurren alrededor, prima en nosotros la ignorancia y la indiferencia, porque esos niños no son hermanos nuestros, ni primitos, ni siquiera sabemos quiénes son los padres, entonces no queremos hacernos cargo de sentir al menos un poco de dolor.
Nosotros tuvimos juguetes, comimos frutas, verduras, carne, fuimos a colegios privados o a públicos de buen nivel. Además, todas las noches dormimos calentitos en nuestras camas, con sábanas y ropa limpias, nos despertamos y nos duchamos con agua caliente, desayunamos y cada cual comienza con sus actividades.
A veces siento culpa por la vida que tenemos, al menos siento culpa por saber que a la noche voy a sentarme en mi mesa a cenar sola, a poder comer lo que me gusta y a repetir el plato si es que tengo hambre. Pero al fin y al cabo, ellos no tienen la culpa de crecer en esas condiciones y nosotros tampoco de haber nacido en cunas de oro.
Sin embargo, me ocurre que todas las notas de tipo social las hago yo y termino sintiéndome un poco mejor cuando redacto y doy a conocer una situación de injusticia. Pero esta vez no fue así, me urge la necesidad de hacer algo, mi nota no va a cambiar nada, sólo que la gente compre el semanario, lea y se olvide a los quince minutos de lo que leyó, seguramente como nos pasa a muchos, en otras situaciones. Esta vez fue distinto, el que esté interesado puede conocer un poco más a cerca de lo que sucede en el Centro Municipal Número 3, ubicado en el Zanjón.

La sensación de observar el masivo agrupamiento de personas fue intenso. Al llegar al lugar algunos niños corrían a la par mío, los perros con algunas enfermedades me ladraban como oliendo con su olfato que no era de la zona.
Todo parecía lejano a mí, a unas pocas cuadras de mi trabajo, donde hay gas natural, luz eléctrica, un armario con alimentos y baños limpios, a tan pocas cuadras de la urbe el olor nauseabundo por las cloacas era realmente intolerable.
Camine despacio, observando con seguridad cada detalle del lugar, las calles eran de tierra y los vecinos me miraban, preguntándose quizás porqué razón estaba yo pisando su territorio.
Cuando pregunté a donde quedaba el centro municipal número tres no me supieron decir, el edificio prácticamente se encuentra en un pozo y su imagen en pésimo estado, sus paredes despintadas y llenas de humedad, en el patio no hay juegos para los chicos, sólo tierra y demasiado olor a podrido.
Alrededor de la guardería miles de viviendas construidas por chapas, cartones, paredes casi despedazadas…y del interior se ven salir cuatro, cinco y hasta seis chicos.
Algunos estaban descalzos, otros con un pantaloncito y remeras, las casas están unas al lado de las otras, los perros también viven adentro y todos duermen en una o dos camas.
Apenas ingresé a la guardería leí un cartel que decía “Hoy feria de ropa, a sólo dos pesos”, así es, primera imagen fuerte.
Cuando entré salieron tres mujeres que me miraron y en ese momento pregunté por la encargada. Salieron dos de las docentes y me saludaron con alegría, después me enteré que ni siquiera los papás de los chicos entran a la guardería ni se involucran con el lugar.
Había sacado hojas en blanco del semanario para llevarles a los chicos porque no tenían a donde dibujar, pero cuando llegué y vi las tremendas necesidades que tienen sentí que darles un par de hojas era una burla, quería hacer tantas cosas y la impotencia empezó a resonar en mi interior. De todas maneras, las seños recibieron mis hojas como si fueran hojas de oro.
Cuando les pedí que primero sacáramos la foto, nunca vi tanta predisposición de la otra parte, enseguida los 70 niños se juntaron en el patio y saludaron a la cámara de última generación que yo tenía en mi mano, saque el grabador y comenzamos a charlar. Me estaba quedando sin pilas y no me importaba nada solo quería escucharlas.
Los primeros momentos fueron raros, había una nena que me miraba, tendría unos tres añitos, me miraba con cara de enojada y me daba mucha ternura. Me acerqué y le hice cariño, nunca más voy a olvidar esa imagen, me corrió la cara y me quitó la mano de su carita. Creo que se asustó, pensó que iba a pegarle.
En mi afán por querer hacerle un mimo volví a intentarlo más tarde, porque ella no dejaba de mirarme y de seguir mis pasos. Pero en sus ojos había tanto dolor que no se como explicárselos, tenía sus pupilas dilatadas y en su cuero cabelludo unas ronchas, como si estuviera peladita.
A fin nos sentamos y comienza la entrevista, creo que había olvidado que estaba trabajando, y pensé cuál es el límite de todo esto, porque no tolero la injusticia y cada mañana en la que me levanto veo más.
Las seños empezaron a sacar sus cuadernos y anotaciones muy precarias en carpetas rotas, pero los contenidos eran interesantes. Nada de lo académico importa allí, hemos llegado a un punto en el que los contenidos educacionales han quedado a un segundo plano, simplemente porque los chicos no tienen qué comer, se los trata de contener y que puedan divertirse al menos por un par de horas.
Cuando ellas hablaban sentía que ya no daba más, millones de imágenes se cruzaron por mi cabeza, un nudo en la garganta no me dejaba hacer las preguntas y vivenciaba cada una de las anécdotas que me contaban.
Un detalle terrible: los chicos no sonreían. Nunca había visto tantos niños sin reírse, todos gritaban y lloraban enojados, tristes y con las miradas perdidas en el horizonte. Las edades variadas, desde los 2 añitos hasta las once.
Las cocineras muy amorosas pero ni me miraban, no están acostumbrados a que nadie se interese por ellos, no están acostumbrados a la solidaridad y al amor de otra persona, no están acostumbrados a ver algo distinto a su barrio.
En ellos se ve una resignación y un dolor en el alma que nadie va a poder sacar, los adultos pueden mejorar, hay algunos que roban para darles de comer a sus hijos, otros que roban para poder comprarse la droga, otros trabajan de albañiles y peones, la mayoría son los heladeros que vemos en el río, hay gente humilde que es trabajadora, serán muchos o pocos, no lo se y no me interesa. Pero esto debe encontrar un fin, las fallas son estructurales y sistemáticas.
Mientras tanto, los chicos no tienen hojas para dibujar, entonces pelean, juegan a pegarse, ejercen la violencia, lloran porque tienen hambre y cuando el arroz con pollo y arbejas se asoma saltan de la alegría, seguramente la última vez que comieron fue el mediodía anterior en la guardería.
Todos comen y repiten el plato, muchos de los vasos estaban rotos, los platos también y algunos usaban cucharas y otros tenedores. Ni quiero ponerme a pensar en el juego de platos que tengo en mi casa, lleno de colores que hacen juego con los cubiertos verdes.
Volví a acercarme a la nena, esta vez dejó que le hiciera cariño pero ni se movió, de todas maneras seguía mirándome con cierto resentimiento y enojo. Con qué o quién estará enojada…quizás yo fui a representar a la sociedad. A una sociedad que hace oídos sordos y a la que no le interesa nada de lo que pueda trascender su esfera individual.
Y ahí estaba yo, sintiéndome culpable, fui a uno de los laterales de la guardería mientras los chicos comían y observé que dos niños jugaban en un arroyo.
Ese arroyo son los restos de materia fecal y orina que trasladan las cloacas, los caños han rebalsado y se ha transformado en un arroyito, donde los chicos juegan y saltan de lado a lado. El foco de infección es terrible y las manchas en la piel y la roncha que tenía mi amiguita en su cuero cabelludo es producto de eso.
Saqué fotos, me quedé dando vueltas por la zona y una nena me pidió dos pesos para poder viajar al polideportivo en colectivo a practicar su deporte, yo tenía cinco pesos en mi bolsillo, se los di. Ya no sabia qué mas hacer, nada iba a solucionar, nada iba a cambiar.
Me despedí de los chicos, le di un beso a mi amiguita, a las seños y a las cocineras les robé una sonrisa. Pero lo peor resultó ser cuando la encargada vino con sus ojos llenos de lágrimas y me pidió que no me olvidara de ellos. En ese momento prometí que no iba a hacerlo.
Cuando cruce la puerta de la guardería se me llenaron los ojos de lágrimas y comprobé que hay personas que son felices con muy poco y otras que rebalsan de indiferencia y arrogancia.

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