Dedico mis horas y mis silencios al suave amanecer que acompaña tu mirada. Allí estás, con esa calidez imaginable, ese dulce recorrido que rodea tu paisaje. Me invitaste a subirme a tu carruaje, cuando te conocí pensé que eras el alma perfecta que jamás se había posado frente a mi.
Apoyé mis pies descalzos en ese escalón primero y con un impulso directo pude llegar al asiento de tan fascinante carruaje. Allí íbamos, vos y yo, al trote de esos ansiosos animales. Respiramos profundo, suave y comenzamos a sentir inmensidades que aún hoy no podemos describir.
El cielo azul como algunos ojos, esas sierras únicas que evidencian frescura y la naturaleza en su conjunto, nos envolvió en mágicos suspiros. Estábamos allí, dispuestos a soñar.
En la ruta de un sueño conversamos, nos miramos y nos sorprendió el origen del sol. El camino parecía despejado, sin obstáculos ni prominentes grietas. Sin embargo, otros carruajes van a nuestro alrededor, nos observan, nos envidian, nos provocan. No detuvimos nuestra mirada en las huellas paralelas. Me preguntaste si quiero acompañarte, y respondí, toda la vida.
La vida se traduce a diario en nuestro camino, nos engendramos en ese nucleo, nos convertimos en lo que muchos desean ser. Así atravesamos varias intersecciones, pero jamás nos quedamos sin combustible. La fuerza nos impulsa a continuar, siempre.
Hace ya un año que venimos viajando y los minutos se fueron esfumando, el tiempo se tradujo en ese complemento necesario y las brisas tan cálidas se transformaron en tu mirada.
Mis lineas son dedicadas eternamente. El camino, definitivamente, se hace al andar. No quiero bajarme jamás de tu bello carruaje, por cielo y tierra, naveguemos sin cesar.
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