viernes, 16 de abril de 2010

Historias de Vida -- Abrepuertas del corazón


Una vez más, y con el objetivo de brindar espacio a voces muchas veces ignoradas, entrevistamos a dos personas que realizan su labor con empeño y voluntad. Sin un sueldo fijo, los chicos que abren las puertas de los taxis en la Terminal de Ómnibus, son dignos ejemplos de una juventud que intenta superarse.

Cada uno con su carácter y personalidad, son compañeros de trabajo, pero fundamentalmente amigos. Todos los días, llueva o truene, están parados abriendo las puertas de los taxis. Algunos, aunque son los pocos, ponen un billete sobre sus manos; otros, las clásicas moneditas. Sin embargo, su trabajo los dignifica, les brinda la posibilidad de tener sus cosas y darse sus gustos.
Adrián Sánchez, de 28 años, vive en Colinas, tiene un hermano de 8 y otro de 11. Sus padres disponen de un puesto de pastelitos en la costanera y, como buena familia, allí todos trabajan. El otro integrante de esta dupla es Julio Gauna, de 22. Él vive con sus papás en el sector del Empalme a Tanti, y tiene una hermana más chica, llamada Magalí.
No tienen un sueldo fijo y están en la Terminal de Ómnibus, de lunes a lunes. Pero, cuidado, abrir las puertas de los taxis no es tarea sencilla. Deben lidiar con el humor de los «tacheros» y de los clientes. En ocasiones, hay muchas monedas, y en otras, pocas. Por ese motivo, aprovechan el trabajo durante la temporada de verano, para ganar unos «mangos» más y hacer la diferencia. Sin embargo, señalan que de igual manera «reniegan» con la gente, a veces un tanto mezquina y desconsiderada.
Aunque con sus cosas negativas y positivas, disfrutan de la tranquilidad de su actividad. Pero no siempre se han dedicado a esto. «Antes vendía pastelitos en la Terminal, desde que tenía nueve años; me subía arriba de los colectivos, no tenía drama. Ahora hace tres años que estoy con los taxis. En total hace doce años que trabajo en la terminal; siempre fui así, de poner mucha voluntad», explicó Adrián.
Por su parte, su amigo y compañero de trabajo Julio, señaló: «Hace diez años que estoy en los taxis. También vendía café durante un tiempo. Me gusta mucho el trabajo porque es re-tranquilo, y no es estricto en cuanto a los horarios, por ejemplo. Hay gente que colabora y otra que no; pero esto es así. Los de Carlos Paz si un día no pueden darte una moneda, seguro que cuando regresan, ayudan con algo».

* El contacto con la calle

La vida social de la Terminal es muy rica en cuanto al tránsito constante de personas. Allí circulan miles de ciudadanos por día y, en plena etapa estival, la llegada de visitantes es la oportunidad de Adrián y Julio para recaudar más dinero. No obstante, el contacto cara a cara con el público, tiene su costado positivo, así como negativo.
«Me gusta este trabajo, atender a la gente, al turismo; siempre dialogo, sobre todo con los visitantes. Es lindo y relajado. Además, la gente es muy buena; sin embargo, también están los que te discriminan, yo trato de no darles importancia, agacho la cabeza y lo mismo los atiendo bien», especificó Adrián, quien accedió con predisposición a la entrevista.
Hace unos años, trabajaba en lo que se conoce como «Parada 1», ubicada en la céntrica esquina de 9 de Julio y San Martín. «Ahí quedé porque uno de los taxistas que me conocía me avisó que estaban necesitando gente. Fui adonde dan el permiso y empecé en esa parada. Creo que como todo trabajo, tenés que hacer buena letra con la gente y con los jefes; mantener todo limpio y portarte bien.
«En invierno se complica porque no viene casi nadie y a veces hacemos 15, 20 ó 30 pesos, con suerte. Depende del día y de las monedas que te den. En la temporada de verano, en cambio, se trabaja un poco mejor aunque renegás lo mismo. Cuesta conseguir billetes, casi nadie te da, siempre son monedas. Los que más colaboran son los porteños, ellos no tienen problema. Los santafesinos, por ejemplo, son avaros, te dan 25 centavos», comentó.
Julio, en tanto, aclaró que «los que nos conocen saben cómo es nuestro trabajo y siempre que pueden nos dan». A veces, los pasajeros los ven con sus chalecos y pueden pensar que los jóvenes cobran una remuneración mensual; sin embargo, viven de la colaboración. «Nosotros trabajamos por la moneda», explicó Julio; y añadió: «Algunos te hacen cargar las maletas, te saludan y se van sin darte nada».
El joven comentó cómo accedió a esta labor: «Un día un taxista me dijo que podía abrir las puertas de los taxis y así fue como empecé, tenía doce años».
Qué importante resulta contar historias como éstas y como tantas otras que nacen y viven en nuestra villa. La iniciativa de dar espacio a aquellas voces cotidianas acalladas, o no tenidas en cuenta, sirve para reflexionar y conocer que detrás de cada «etiqueta», todos somos personas.

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